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Testimonio espiritual del P. Chevalier
Yo, Julio Chevalier, Misionero del Sagrado Corazón..., muero en la fe de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a la que siempre he amado entrañablemente... Siempre he estado unido profundamente a la Santa Sede y a sus doctrinas... Doy gracias a Dios por ello; es una grandísima gracia que me ha hecho.
Pido a mis queridos hermanos que sean siempre fieles devotos de la Cátedra de San Pedro...; que convivan en la unión más cordial y perfecta...; que obedezcan hasta el heroísmo...; que abracen generosamente el sacrificio hasta la inmolación de sí mismos...; que sólo busquen la voluntad de Dios en todas las cosas, su gloria y el bien de las almas...
Pido humildemente perdón a todos mis hermanos por las molestias que haya podido causarles y por el mal ejemplo que les habré dado.
Perdono de todo corazón a mis enemigos, si los tengo, si he tenido alguno, a todos los que han buscado hacerme daño con la ingratitud o la calumnia. Mi alma está vacía de todo resentimiento. Me retracto de toda palabra u obra que haya podido ser mal interpretada, declarando que nunca tuve intención de hacer daño ni de molestar a nadie...
A punto de comparecer ante el Supremo Juez, creo poder declarar... que en todas las cosas sólo he buscado la gloria del Sagrado Corazón de Jesús y el bien de nuestra pequeña Congregación y el de sus miembros. Confieso humildemente que no he estado a la altura de la misión que me fue confiada. El abuso de la gracia y mis numerosos pecados han paralizado muchas veces la acción de la Divina Providencia...
Confío a mis hijos, Misioneros del Sagrado Corazón, y pongo bajo su protección a las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, tan buenas y de tanta entrega, de las que se ocuparán y a las que prestarán todos los servicios que puedan. Tenemos la misma cuna. Han nacido, como nosotros, del Corazón de Jesús, mediante la poderosa intercesión de María. Les ruego que se ocupen de sus intereses, los sirvan como padres, velen por ellas y les presten \todos los servicios que puedan» (Julio Chevalier: Testamento Espiritual, 1881 y 1904)
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